miércoles, 28 de julio de 2010

La guitarra de agua (o Mi corazón se ahogó)


Aún no había llegado el siglo XX, aunque no quedaba mucho para ello. En uno de estos últimos días de unos de los últimos siglos, un coche de caballos (lo cual no era nada raro para la época) rodaba por la calle en dirección este. Era un carro negro, cerrado, no muy grande pero sí robusto, como si quisiera pasar desapercibido pero, por si acaso no fuera así, estuviera preparado para defenderse y resistir lo peor.

Dicho carro iba en dirección este, siempre al este, decididamente al este…

-Los criminales siempre huyen al este- canturreó una voz femenina, dentro del carruaje.

-Calla, Lucy- la reprendió una voz masculina, algo cascada-. No es de buen gusto que una señorita como tú diga esas cosas.

-Lucy no es una señorita- rió la voz de otra mujer.

-Pero lo será- replicó la voz del anciano.

-Así nunca será nada, padre- opinó otra voz masculina.

-¡Silencio, todos!- se enfadó el anciano.

El coche de caballos se adentró en una zona donde las casas parecían de juguete. Y digo esto porque las casas de juguete suelen ser las más bonitas que existen; si no, nadie las compraría.

Entonces los caballos pararon. El cochero esperó a que estuvieran del todo quietos y entonces bajó a abrir la portezuela para que los que estaban adentro salieran.

Y eso hicieron. Del coche de caballos bajaron cuatro personas: la aspirante a señorita, la joven Lucy a quien pertenecía la primera voz; su anciano padre, un hombre con gafas doradas y traje de tweed llamado Charles; el hermano mayor de Lucy, Arthur; y la criada de la familia, sólo un poco mayor que Lucy, llamada Ada.

El cochero también se encargó de descargar unas cuantas maletas. Un par de ellas eran especialmente grandes y pesadas. A ellas corrió Lucy con evidente nerviosismo.

-Tenga mucho cuidado- recordó.

El cochero refunfuñó algo ininteligible, pero colocó las maletas, recibió unas monedas del señor Lambert y montó otra vez en el carro, y se marchó.

Oh, sí, olvidé mencionarlo. Esta es la historia de la familia Lambert. De los impostores Lambert.




El padre, Charles, defendía que descendían de nobles alemanes. Por supuesto, no tenía ninguna prueba más allá de su propia palabra (“pero la palabra de un caballero siempre es más que suficiente”, decía). Ahora se encontraban al borde de la ruina, si bien tenían la costumbre de ahorrar y administrar bien los gastos necesarios.

Charles Lambert era un hombre astuto, que no inteligente. Contaba también con algo de suerte, al menos hasta que ésta lo abandonó. Pero el señor Lambert siempre sabía arreglárselas: unos conocidos de allí, amigos de una fiesta por allá…

Y ahora, los Somerset. Ellos sí que eran de la nobleza, o al menos sí que podían probarlo con algo más que la propia palabra. El dinero, dios de los civilizados, abundaba en sus múltiples propiedades y jardines.

Disponían de varias residencias de campo y unas espléndidas estancias en la ciudad. “Honor House”, pomposo nombre para una pomposa casa.

A las puertas de la Honor House, estaban los Lambert. Habían venido a quedarse.

O como mínimo a intentarlo. Charles Lambert se las había ingeniado para conocer a Sophie Somerset, la señora de la casa, en una fiesta de noche. La señora Somerset se había mostrado verdaderamente encantada con las ocurrencias del señor Lambert: a menudo conversaban de las nuevas ideas e inventos que él intentaba llevar a cabo.

Porque sí, el señor Lambert también inventaba. Tretas y artilugios. Si los Lambert eran de verdad nobles, ese debería ser su lema: “Tretas y artilugios”.



(Continuará...)

2 comentarios:

  1. que continue que continue!! *_*
    estas inpirada eh? ^-^

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  2. En realidad lo he terminado de escribir hace un par de semanas, pero creo que un cuento victoriano nunca viene mal ;D ¡Gracias, cariño!

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