sábado, 14 de agosto de 2010

La luz

(Preguntas de/en: http://www.formspring.me/maisonlolita )


¿Un sueño que quieras cumplir sea como sea?


¿Uno sólo? Publicar un libro, como tú dices, “sea como sea”.



Seguir adelante. Mientras haya una luz.

Y por Dios, cuidarla para que no se apague y me quede a oscuras.

lunes, 9 de agosto de 2010

La guitarra de agua (o Mi corazón se ahogó)- Final

Todo el mundo salió al pasillo, y cada uno se fue a su habitación. No obstante, la guitarra de agua seguía pesando, y Lucy se quedó sola en el pasillo cuando ya todo el mundo se había ido.

Suspiró. Seguro que Arthur y Ada estaban otra vez juntos, y su padre se habría ido a dormir muy satisfecho pero sin darle las gracias. En cuanto a los Somerset, ya estaba acostumbrada a tener ese efecto en la gente siempre que tocara la guitarra de agua. Pero el hijo… ¿dónde estaba el hijo, Eric Somerset? Su padre y Arthur querían casarla con él, pero ella ni siquiera le había visto. Debía ser un joven débil y enfermizo, puesto que no podía salir de su habitación.

-Ah… Si yo llegara a mi habitación…- volvió a suspirar Lucy.

Y de nuevo un golpe, algo pesado que caía y retumbaba sobre el suelo. Lucy se quedó quieta, como la estatua que era, y con una punzada de pánico comprendió que no llegaría a tiempo a la habitación, porque la guitarra de agua pesaba demasiado y no podía correr, ni siquiera llevar un paso normal. Intentó darse prisa, pero le costaba horrores: la guitarra de agua pesaba como un niño muerto, y empezó a resoplar por el esfuerzo. Parecía que el aire no quisiera entrar por su nariz ni su boca… No, ¡era otra respiración! La del perro que se acercaba trotando y resoplando, seguramente con la lengua fuera y los colmillos asomando.

Cada vez más cerca, el animal siguió acercándose, brincando y corriendo sin pausa. La oscuridad del pasillo, con aquellas (estúpidas, pensó Lucy) lámparas a los lados, devolvía ecos de golpes monstruosos, de patas descomunales, de fauces abiertas.

Apretando los dientes, Lucy se giró, con la guitarra de agua temblando un poco en sus brazos de estatua helénica.

Lo vio acercándose. Era un animal, desde luego, pero no era un perro. Era un joven, un joven en pijama, y un pijama azul marino muy bonito y caro, seguramente, pero un joven al fin y al cabo. Sus ojos, oscuros y opacos como la noche más cerrada, miraron a Lucy como si no la conociera.

Entonces ocurrió otra maravilla aquella noche. Del susto, a Lucy se le resbaló la mano, de tal manera que la pluma barnizada de paloma, aferrada aún entre sus dedos, se deslizó y rasgó las cuerdas de la guitarra de agua.



El sonido dulce y melodioso hizo que el joven parara de inmediato. Entonces Lucy lo examinó más detenidamente: había venido corriendo y trotando como un animal, a cuatro patas, pero al parar lo hizo totalmente erguido. Se quedó como hipnotizado frente a Lucy, mirándola, mirándola, mirándola y devorándola con los ojos.

-Hola, Eric- fue lo que dijo Lucy.

Él la miró, aún más si cabe, sin decir nada.

-¿Sabes? Dicen que nos vamos a casar- siguió diciendo Lucy. El pánico la hacía parlotear sin pensar bien lo que decía-. Yo ni siquiera sé si somos nobles, no sé si es verdad o mentira. Tampoco nadie me contó que estabas así. Yo pensé que estabas enfermo… de otra manera. Dicen que los ricos tienen excentricidades y locuras, pero nunca en un sentido tan literal. No me lo imaginé. Es muy raro. Tengo instrumentos de música rarísimos (bueno, en realidad es lo único que tengo en la vida), pero nunca había visto nada tan raro. No te ofendas, a mí no me molesta lo raro. Es sólo que sorprende. Nunca pensé que me casaría con algo más raro que la guitarra de agua. La verdad, yo nunca había conocido a alguien así. Mi padre se parece, hace también sus locuras, ya te he dicho lo de los instrumentos de música, y dice que somos nobles, pero vete a saber de qué manera y hasta qué punto- Un repiqueteo de agua vino desde el patio de la Honor House. Estaba lloviendo fuera, pero Lucy siguió hablando-. No sé si los nobles se acuestan con las criadas, ni si intentan engañar a otros nobles. No sé si quieren a alguien de verdad o no, pero supongo que de todas maneras eres el que más puede gustarme de esta casa. Y dicen que es mejor ser loco que malvado, ¿sabes? Y dicen que la nobleza nunca hace mal, que los caballeros no mienten. Y nadie me contó esto. Nadie me contó nada, nunca, yo sólo me tenía que ocupar de decir cosas bonitas (no la verdad, sino cosas bonitas, ¿hace eso un noble? ¿Hace eso una dama o un caballero?) y tocar la guitarra de agua. Arte naturalmente bello. Quizá sea eso lo único que hay de verdad en mi vida. He estado rodeada de nobles, en la Honor House, y nadie me dijo…

Un manotazo interrumpió el triste monólogo de Lucy, pero no lo dio Eric. Oscar Somerset, furioso, había agarrado la guitarra de agua con una mano. Con la otra, en un nuevo arranque de ira, agarró a Lucy por la muñeca y la arrastró por el pasillo.

-¿Te crees mejor que nosotros?- vociferó-. ¿Te crees que le puedes hablar así a mi hijo, tú, sucia intérprete de patrañas?

Lucy lo miraba espantada, incapaz de decir nada. El señor Somerset tironeó de ella como una muñeca de trapo y la llevó hasta el patio, donde la lluvia empezaba a inundar la oscura noche. Arrojó la guitarra de agua sobre el suelo de mármol blanco y Lucy sintió que se ahogaba, pero después la tiraron también a ella contra el suelo.

-¿Y ahora qué, eh?- le gritó el señor Somerset mientras ella empezaba a llorar y mojarse bajo la lluvia y su pena-. ¿Te quieres casar con un noble, mocosa?

De nuevo aquel ruido, por tercera vez en la vida de Lucy. Eric vino trotando, pero al llegar al patio y ver lo que había pasado se irguió cuan largo era. Se puso frente a su padre, de espaldas a Lucy.

Ella no pudo ver su cara, pero sí el horror reflejado en la cara de Oscar Somerset mientras su hijo decía:

-Se hará lo que nosotros queramos. Se hará si nosotros nos queremos.

Después se volvió hacia Lucy y recorrió todo el patio lluvioso y mojado. La levantó con una mano, con fuerza pero infinita dulzura. Con la otra mano levantó la guitarra de agua, llena de lluvia (debía pesar mucho), sin ningún esfuerzo.

-¿Cómo te llamas?- preguntó él.

-Soy Lucy Lambert- contestó ella, perpleja y nerviosa.

-Yo soy Eric Somerset, dueño y señor de todo lo que tú quieras y que te haga feliz. ¿Me harías el honor, a mí y a mi familia, de casarte conmigo, sólo si tú quieres y si me quieres de verdad, sin engaños, como el sonido de tu guitarra de agua?

Lucy tragó saliva. Sabía que en esa vida nadie más le iba a querer así, ni ella iba a querer a nadie más.

-Sí, quiero- dijo.

De esta manera, Eric y Lucy se casaron y fueron felices durante muchos, muchos años: felices de verdad, sin mirar al pasado ni querer pensar más en los cuentos más o menos bonitos, y que el honor está hecho de secretos y mentiras.

sábado, 7 de agosto de 2010

La guitarra de agua (o Mi corazón se ahogó)- Parte IV

Honor House era inmensa, porque a los ricos les gustan las cosas caras y grandes. Después de bajar y subir varias escaleras, Lucy se perdió.

Pero eso no la intranquilizó lo más mínimo. Ni siquiera la inquietante y suavísima luz de las lámparas de gas a los lados, en las paredes, la asustaba.

Siguió avanzando. Honor House era un enorme y lujoso laberinto, pero ella encontraría la salida. Tenía que dar con Ada, estuviera donde estuviera. Y muy lejos no podía estar, porque se había ido con Arthur, así que…

Lucy se paró de golpe. Se dio cuenta de que había estado dando vueltas para nada, porque debería haber buscado en el mismo pasillo, al menos, donde estaba su habitación, porque los Somerset habían reservado esa ala para los invitados.

Tranquila, dio media vuelta y siguió andando, pero algo la sorprendió. Un ruido pesado, como algo cayendo desde un lugar muy alto.

Lucy volvió a girar, mirando el pasillo que iba a dejar atrás. Las lámparas de gas no iluminaban más que a los lados, así que no podía ver bien mucho más allá de su posición. No escuchó nada más, y se dirigió a su habitación.

Ya casi había llegado cuando volvió a escuchar un ruido, pero esta vez más fuerte y prolongado. Giró la cabeza y miró por encima del hombro, prestando atención. Parecía algo que trotaba, algo pesado… Como un perro grande.

Un perro muy grande. Y a Lucy le asustaban hasta los animales más pequeños.

No se quedó a ver qué perro era. Corrió el último tramo hasta la puerta de su habitación y la abrió de un nervioso manotazo. Entró de un salto y volvió a cerrar, apoyando la espalda sobre la puerta.

Escuchó los latidos de su corazón, su propia respiración y algo grande y pesado que pasaba por su puerta. Sí, algo que pasaba sin detenerse. El animal continuó su carrera por el pasillo y su sonido se perdió, alejándose.

Lucy cerró los ojos y suspiró. Esperó unos minutos y, aún preocupada, se acercó lentamente a la cama.

Dos golpes fuertes retumbaron en la puerta. Lucy se giró deprisa y abrió los ojos como platos.

-Señorita, ábrame, por favor- dijo la voz de Ada al otro lado de la puerta.

Lucy torció la boca en un gesto de disgusto y le abrió, molesta.

-Me has abandonado- le gruñó.

-¿Necesita algo, señorita?- preguntó Ada con dulzura, ignorando a Lucy y su enfado.

-No encontraba el agua para la guitarra y…- empezó a relatar Lucy.

-Aquí tiene agua- la interrumpió Ada. Había abierto un pequeño armarito junto al tocador: dentro había cosméticos y dos palanganas llenas de agua, junto a una jarra dorada también llena.

Lucy contempló la jarra mientras Ada la levantaba y llenaba la guitarra de agua con ella.

-Gracias- dijo Lucy, aún con el tono un poco seco (la gente suele estar seca si no se le da agua).

Ada volvió a colocar la jarra en el armarito y esperó a que Lucy practicara. Después, un poco todavía más risueña, vació la guitarra de agua y ayudó a Lucy a acostarse en la cama.

-Que duerma bien, señorita.

-No sé si podré- replicó Lucy-. Antes, cuando fui a buscarte, había un perro correteando por el pasillo y hacía un ruido infernal.

-Los Somerset no tienen perro, señorita. Su padre ha dicho que detestan los animales.

-¿Cómo que no tienen perro?- exclamó Lucy.

Ada la arropó y se dispuso a salir por la puerta, no sin antes decir:

-Detestan los animales, señorita. Buenas noches.

Y así quedó la cosa, y Lucy durmió poco y soñó mucho con perro infernales que intentaban entrar en su habitación.



Pero a la mañana siguiente no quiso pensar más en el tema y se levantó pensando en practicar un poco más con la guitarra de agua. Sin embargo, no pudo ser por la mañana, puesto que Ada la llevó inmediatamente a desayunar.

El resto del día fue una mezcla de comer, hablar y piropear a Lucy, aunque a ella no le afectaban estos cumplidos.

-¿Tocarás esta noche para nosotros, querida?- pidió la señora Somerset.

-Por supuesto que sí, ¡faltaría!- se apresuró a contestar Charles Lambert por su hija.

-¡Qué emocionante! ¿Verdad que sí, Laura?

La pequeña de los Somerset hizo un mohín, y esa fue toda su respuesta.

-Estoy segura de que su hija nos deslumbrará a todos con su talento- comentó la señora Somerset, como para disimular el gesto de Laura.

-Así será- sonrió Lucy.

Y así debía ser. Por la noche, después de cenar, Lucy volvió a su habitación, llenó el receptáculo de la guitarra de agua y se dispuso a volver al pasillo. Paró un momento a mirarse en un espejo de la habitación: levaba otra vez el vestido blanco, y una redecilla con plumas blancas trenzadas en el pelo. Debía parecer una estatua, y con aquella ropa se acordó de algunas figuras helénicas.

Cogió la guitarra de agua y, lentamente, con mucho cuidado, recorrió el pasillo hasta llegar a la sala de estar. Allí esperaban los Somerset y el resto de la familia Lambert.

Nadie dijo nada. Todos callaron mientras Lucy daba los últimos pasos hacia el centro de la estancia. En medio de un silencio expectante, mientras todo el mundo contenía el aliento, Lucy se quedó quieta como la piedra. Unos segundos después, como una hoja que cae de un árbol mecida por la brisa, el brazo de Lucy y la pluma de paloma barnizada cayeron sobre la guitarra de agua.

Difícilmente se podría describir aquel espectáculo. La guitarra de agua, su sonido real, el ambiente irreal, mágico y fantástico que desplegaba, eran una evolución perfecta hacia una música suave, elegante, cautivadora. Había que prestar atención, pero una vez que el oído daba con ese sonido ya no quería separarse de él: notas agudas, dulces y amorosas; notas graves, tristes y solemnes. Lucy tocó durante un tiempo que nadie supo medir, y después el sonido de la guitarra de agua se fue apagando más y más, más y más, hasta que no quedó ni una gota de la canción.

Laura Somerset y sus padres parpadearon lenta y pesadamente, como quien sale de un maravilloso sueño. La pequeña, la primera en despertar, dijo en voz baja:

-Qué pena que Eric se lo haya perdido…

-Lo verá en cuanto pueda, cariño- la consoló su madre, con la voz aún más suave que de costumbre.

Charles Lambert asintió, complacido. Arthur bostezó, se llevó la mano a la boca y, como quien no quiere la cosa, levantó la cabeza (como buscando a alguien o a Ada) y dijo:

-Se hace tarde.

-Es cierto- concedió Oscar Somerset-. Será mejor que todos nos vayamos a dormir.